La violencia es un fenómeno de causalidad compleja y está sobredeterminado, tanto a nivel individual como socialmente. La violencia es definida semánticamente como el uso de una fuerza, abierta u oculta, con el fin de obtener de un individuo o un grupo algo que no quiere consentir libremente.
En 1996 la organización mundial de la salud reconoció que la violencia es un problema de salud pública susceptible de estudio e intervención y estima que un millón y medio de personas mueren al año en el mundo a causa de ella. Para el año 2020 esta podrá llegar a ser una de las primeras 15 causas de enfermedad y muerte. En España se ha asociado tradicionalmente a la criminalidad y a grupos marginales de la población. Aunque las tasas de homicidios (1,4 por cada 100.000 habitantes, en 2001) son significativamente menores que la media mundial de 8,6 defunciones por 100.000 habitantes y muy por debajo de los 50 homicidios por cada 100.000 habitantes de algunos países.
Sin embargo, la realidad es que la violencia está presente en todos los ámbitos de las relaciones humanas. De hecho, el suicidio, especialmente entre la población joven, ocupa unas de las primeras causas de mortalidad. Las estadísticas sobre maltrato y muerte entre compañeros íntimos aumentaron en un 49% y llegaron a 100 muertes en 2.004. Aparecen los primeros datos preocupantes sobre violencia en colegios e institutos, la convivencia con otras culturas provoca situaciones lamentables y siguen produciéndose atentados terroristas.
La población española convive con la violencia. No obstante, no se conoce con precisión su extensión, ni distribución y, sobre todo, no se conoce su impacto en la salud, especialmente cuando no desemboca en la muerte de sus víctimas. La muerte señala su manifestación más extrema e infrecuente. Con mucha mayor frecuencia las víctimas sobreviven a sus agresiones. La comprensión de las alteraciones en la salud de l@s supervivientes representa un reto para tod@s nosotr@s. Un reto que surge inicialmente del escaso reconocimiento del problema y que se agrava con la falta de instrumentos específicos de medida.
El trauma es contagioso, el riesgo de que los niños expuestos a la violencia aprendan que esta es la principal forma de relación humana es evidente. Niños y adolescentes pueden habituarse y llegar a aceptar situaciones de violencia. Adultos traumatizados, socializados en su infancia en la violencia transmitirán estas actitudes a sus descendientes. El trauma no sólo afecta a los receptores directos de las agresiones, quienes se consideran víctimas primarias. Su impacto puede extenderse a las personas que experimentan la violencia de manera indirecta mediante su visualización, o su proximidad afectiva con la víctima. Familiares, amigos o vecinos de éstas, testigos o quienes se solidarizan emocionalmente con las víctimas, aún por el mero conocimiento del hecho, pueden ser victimas secundarias. La violencia domestica no sólo se circunscribe a la violencia hacia las mujeres. También la violencia ejercida contra el cónyuge masculino, contra niños, ancianos u otros miembros del núcleo familiar forma parte de este problema.
Los hechos nos llevan a muchas personas a posicionarnos claramente en contra de su uso, a rechazarla y también a combatirla. Y, por tanto, se hace necesario que aprendamos métodos eficaces para luchar contra ella. Pero si no tomamos conciencia cada uno de nosotros de la violencia que generamos en nuestra casa, en nuestra clase, en nuestro trabajo, en la calle o donde sea que convivamos, no podremos contribuir a que cese.
Por ello, PROPONEMOS UN RETO: activar los "Buenos Tratos" y contribuir a que nuestra sociedad sea más pacífica, realizando actividades de concienciación social, cada uno en su entorno cercano.
En 1996 la organización mundial de la salud reconoció que la violencia es un problema de salud pública susceptible de estudio e intervención y estima que un millón y medio de personas mueren al año en el mundo a causa de ella. Para el año 2020 esta podrá llegar a ser una de las primeras 15 causas de enfermedad y muerte. En España se ha asociado tradicionalmente a la criminalidad y a grupos marginales de la población. Aunque las tasas de homicidios (1,4 por cada 100.000 habitantes, en 2001) son significativamente menores que la media mundial de 8,6 defunciones por 100.000 habitantes y muy por debajo de los 50 homicidios por cada 100.000 habitantes de algunos países.
Sin embargo, la realidad es que la violencia está presente en todos los ámbitos de las relaciones humanas. De hecho, el suicidio, especialmente entre la población joven, ocupa unas de las primeras causas de mortalidad. Las estadísticas sobre maltrato y muerte entre compañeros íntimos aumentaron en un 49% y llegaron a 100 muertes en 2.004. Aparecen los primeros datos preocupantes sobre violencia en colegios e institutos, la convivencia con otras culturas provoca situaciones lamentables y siguen produciéndose atentados terroristas.
La población española convive con la violencia. No obstante, no se conoce con precisión su extensión, ni distribución y, sobre todo, no se conoce su impacto en la salud, especialmente cuando no desemboca en la muerte de sus víctimas. La muerte señala su manifestación más extrema e infrecuente. Con mucha mayor frecuencia las víctimas sobreviven a sus agresiones. La comprensión de las alteraciones en la salud de l@s supervivientes representa un reto para tod@s nosotr@s. Un reto que surge inicialmente del escaso reconocimiento del problema y que se agrava con la falta de instrumentos específicos de medida.
El trauma es contagioso, el riesgo de que los niños expuestos a la violencia aprendan que esta es la principal forma de relación humana es evidente. Niños y adolescentes pueden habituarse y llegar a aceptar situaciones de violencia. Adultos traumatizados, socializados en su infancia en la violencia transmitirán estas actitudes a sus descendientes. El trauma no sólo afecta a los receptores directos de las agresiones, quienes se consideran víctimas primarias. Su impacto puede extenderse a las personas que experimentan la violencia de manera indirecta mediante su visualización, o su proximidad afectiva con la víctima. Familiares, amigos o vecinos de éstas, testigos o quienes se solidarizan emocionalmente con las víctimas, aún por el mero conocimiento del hecho, pueden ser victimas secundarias. La violencia domestica no sólo se circunscribe a la violencia hacia las mujeres. También la violencia ejercida contra el cónyuge masculino, contra niños, ancianos u otros miembros del núcleo familiar forma parte de este problema.
Los hechos nos llevan a muchas personas a posicionarnos claramente en contra de su uso, a rechazarla y también a combatirla. Y, por tanto, se hace necesario que aprendamos métodos eficaces para luchar contra ella. Pero si no tomamos conciencia cada uno de nosotros de la violencia que generamos en nuestra casa, en nuestra clase, en nuestro trabajo, en la calle o donde sea que convivamos, no podremos contribuir a que cese.
Por ello, PROPONEMOS UN RETO: activar los "Buenos Tratos" y contribuir a que nuestra sociedad sea más pacífica, realizando actividades de concienciación social, cada uno en su entorno cercano.
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